Beber café es para
los cubanos como el té para los ingleses, su consumo está muy naturalizado
entre las personas y cuenta con numerosos referentes en todas las
manifestaciones del arte.
La única diferencia
está en el momento, pues si bien los británicos observan con disciplina la hora
para degustar la infusión, en Cuba cualquier momento y pretexto es bueno si se
trata de una dosis del aromático grano.
En las zonas
rurales, o en las más importantes metrópolis, el sorbo de la mañana nunca
falta, y preferiblemente fuerte y oscuro.
Su arraigo
entrañable se expresa con diversos diminutivos del habla popular, siendo el más
popular “un cafecito”, también es un acompañante inseparable del saludo
matutino. Cuando llega alguien a la casa de un cubano lo primero que dices es
Hola, y lo segundo es ¿quieres un “buchito” de café?
Su consumo no
distingue procedencia social, ni religiosa, y casi se salta la edad. Ameniza
las conversaciones de mujeres habladoras, hombres serios o inmaduros, y también
en personas de la tercera edad. Muchas familias seducen a los pequeños de la
casa ofreciéndole un “sorbito” de café, o dándole sabor a la leche de la
mañana.
Cuando conoces a
alguien por primera vez y te invita a tomar un café, cuando no hay confianza,
siempre se pregunta ¿dulce o amargo?
Según algunos, es
esa bebida la causante de dolores de cabeza si no se consume temprano en la
mañana, la “bebida negra de los dioses blancos”, dice un amigo, y también un
buen delator, pues su aroma avisa a todos los vecinos cuando se está
preparando.
No importa su
preparación, con canela, “cortadito” con leche, o el rocío de gayo (con ron),
el café en Cuba siempre es un buen pretexto para conversar y compartir, con los
amigos, compañeros de estudio, familia o con los vecinos.
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