Marlene Montoya
El sabotaje al avión de Cubana de Aviación
frente a las costas de Barbados hace 37 años, es para Dora Lidia Garzón una
herida que no cierra en su débil corazón, de 83 años, máxime cuando ese brutal
crimen sigue impune.
Su hijo, José Ángel Fernández (Pepín), de
apenas 18 años, estaba entre los 73 pasajeros que el seis de octubre de 1976 se
hundieron en el mar por el odio de la mafia terrorista hacia la Revolución, en
particular, del asesino Luis Posada Carriles, cobijado hoy en los Estados
Unidos.
Pepín era el menor de sus tres hijos; lleno
de sueños y alegrías propios de la edad, y quien ansiaba un futuro en el
deporte como esgrimista en la especialidad de sable.
Por eso formó parte de la joven delegación
que participó en el campeonato regional en Venezuela y regresaba a la Patria con los pechos
cargados de medallas.
Dora Lidia no aparta de su memoria el
recuerdo de Pepín y, sobre todo, la última vez que lo abrazó el 11 de agosto de
1976, cuando se despidieron en el aeropuerto de Santiago de Cuba al marchar
hacia la capital para continuar la preparación con vistas al evento de octubre.
Alto, jovial, de amplios conocimientos,
estudiaba Ingeniería Electrónica en la Universidad de La Habana, título que no pudo
alcanzar por la acción terrorista.
Todas las esperanzas y anhelos de José
Ángel, al igual que las del resto de la delegación deportiva y demás pasajeros
del fatídico vuelo, se apagaron para siempre.
Son décadas de dolor y sufrimiento para esas
familias que no ven llegar el momento de ser juzgados los responsables del
aborrecible hecho.
Para la santiaguera Dora Lidia, la llegada
del mes de octubre significa más dolor, lágrimas y sufrimiento, al ver imágenes
en la televisión de los rostros juveniles sonrientes de los bisoños
deportistas.
Marlene Montoya
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